Por JOSE LUIS CUEVAS / JAVIER FRANCO
Luis Manuel Cuevas de Miguel (Manolo), «El Gaitero de Llayo», hombre singular que ha sabido mantener y transmitir el secreto vivencial de la etnología popular, de la música tradicional, sus mitos, sus liturgias, sus ritos… gracias a la otrora popular y actualmente olvidada gaita. Hay que tener mucho amor por ella para luchar contracorriente de las modas y demostrar que la gaita continua estando viva y que es parte de nuestro más hondo y secular patrimonio cultural.
Manolo nació el 25 de abril de 1936. Su infancia trascurre en los difíciles años de guerra y posguerra civil española, de la mano de su madre María, recorriendo la geografía del norte de España, hasta que le llegó la edad del servicio militar.
Esto, siendo éste el mayor de tres hermanos. Quizás esta circunstancia haya hecho que, a pesar de ser el mayor haya permanecido anclado a su madre durante toda su vida, acompañando a ésta hasta el final de sus días.
Esta juventud errante le llevó a conocer las romerías de muchas localidades cántabras y de provincias limítrofes. De ahí su gran afición por el instrumento musical más extendido por aquel entonces, la gaita. Por eso, a su regreso del Servicio Militar en Pamplona, y gracias al primer trabajo decente que tuvo cortando pinos en Asturias juntó las perras necesarias para comprar su primera gaita en la localidad asturiana de San Roque la Acebal.
Aquí comienza su interminable carrera de gaitero autodidacta y aprendiz de músico. Asimismo, su amor a la naturaleza le granjeó la confianza del antiguo capataz de la Finca Sotama de la Diputación Provincial y fue el encargado del cuidado del arbolado de dicha finca hasta su jubilación.
A sus 83 años se sigue entreteniendo amenizando las tardes de sus compañeros de retiro en la Residencia Félix de las Cuevas de Potes, alternando la gaita, el Rabel y en la actualidad, la guitarra española.
En Liébana, la gaita es un instrumento que está en peligro de desaparecer, y que hoy en día sobrevive gracias a esfuerzos individuales, generalmente sin ningún tipo de ayuda, y a la dedicación de Manolo y de no más de un par de jóvenes lebaniegos que mantienen esta tradición en fiestas y reuniones.